Por Alejandro Reyes (@AReyesAnalisis)

Cuando la Épica Digital del Pollo Amenazó con Eclipsar el Clamor por un Niño. Radiografía de Dos Clamores

 

Mayo de 2025 quedará grabado en la memoria digital de Colombia como el mes en que dos tormentas emocionales, de naturaleza y urgencia radicalmente distintas, se disputaron el efímero trono de la atención nacional. De un lado, el grito crudo y desesperado de #LiberenALyan, una súplica por la vida de Lyam José Hortúa, un niño de apenas 11 años, arrancado de la seguridad de su hogar en Jamundí por la barbarie de las disidencias de las FARC el fatídico 3 de mayo. Del otro, casi en simultáneo, la sorpresiva y estruendosa erupción de #ApoyoFrisby –o, en su versión más ingeniosa, #A-polloFrisby–, una oleada de fervor corporativo y ciudadano en defensa de una de las marcas de pollo frito más queridas del país, enfrentada a una compleja disputa de propiedad intelectual en España.

 

Sujetos armados irrumpen en la vivienda donde se hallaban el menor y su familia, en Jamundí.
Sujetos armados irrumpen en la vivienda donde se hallaban el menor y su familia, en Jamundí.

 

Ambas causas, cada una en su dimensión, tocaron fibras sensibles de la sociedad colombiana. Sin embargo, la trayectoria y la resonancia digital de cada una pintan un cuadro complejo, que invita a una reflexión crítica sobre los mecanismos que modelan y, a veces, distorsionan nuestra indignación colectiva. ¿Cómo fue posible que una campaña centrada en la protección de un activo comercial, por muy legítima y creativamente impulsada que estuviera, lograra generar un impacto digital tan vasto e inmediato que, por momentos, pareció ensombrecer la angustiante lucha por la libertad de un niño?

#LiberenALyan: El Dolor Hecho Tendencia

La campaña por Lyam surgió del espanto. Cinco hombres armados, el rostro oculto tras pasamontañas, violentaron la tranquilidad de un hogar en el corregimiento Potrerito de Jamundí para llevarse a un niño. La autoría, según las autoridades, recaía sobre el Frente Jaime Martínez de las disidencias de las FARC. El motor de la campaña digital y social fue uno solo: la presión humanitaria, la exigencia moral de devolver a Lyam a sus padres.

@ElGatoArceArce "¿Por qué, hay tanto silencio con el secuestro de este niño? Hagamos un Frisby ó no da tanto alcance ni tendencia?"
@ElGatoArceArce «¿Por qué, hay tanto silencio con el secuestro de este niño? Hagamos un Frisby ó no da tanto alcance ni tendencia?»

 

Los protagonistas de este clamor fueron la familia desgarrada, una comunidad local movilizada por el miedo y la solidaridad, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), la Cruz Roja, Naciones Unidas, periodistas en el terreno y algunas figuras políticas que amplificaron la denuncia. Las herramientas fueron las tradicionales, cargadas de una profunda emotividad: velatones que iluminaron la noche en Jamundí y Cali, videos de otros niños pidiendo, con la inocencia intacta, por la liberación de su compañero, llamados institucionales y marchas comunitarias que pusieron cuerpo y voz a la angustia.

En el universo digital, #LiberenALyan y sus etiquetas hermanas como #JusticiaParaLyan se hicieron sentir, logrando ser tendencia nacional en X durante al menos dos días y generando, según estimaciones, unos 60,000 tuits únicos. Más allá de las cifras brutas, su característica distintiva fue la profundidad del engagement: un alto índice de comentarios y retuits por publicación, reflejo de una genuina conmoción y una inversión emocional individual. Su visibilidad fue sostenida, alimentada por cada nuevo desarrollo en el caso –las vigilias, el ofrecimiento de recompensas, la intervención de organismos internacionales–, con picos de actividad el 9 y el 18 de mayo. El sentimiento dominante era inequívoco: una indignación ética y humanitaria que exigía acciones concretas tanto a los captores como al Gobierno. Aunque, hasta este 18 de mayo, Lyam seguía en cautiverio, la campaña logró mantener una presión política y mediática vital, forzando el tema del secuestro y la actuación de las disidencias en la agenda nacional, e impactando directamente las discusiones sobre la política de «paz total».

#ApoyoFrisby: La Viralidad Crocante del Orgullo Marcario

Casi en paralelo, otra narrativa comenzaba a cocinarse en el caldero de las redes sociales. Alrededor del 6 de mayo, se conoció públicamente que Frisby S.A., la emblemática cadena de pollo frito, enfrentaba un revés en la Unión Europea: su marca registrada en 2005 había sido objeto de una solicitud de cancelación por parte de una empresa española, «Frisby España», y la EUIPO (Oficina de Propiedad Intelectual de la UE) había emitido un fallo inicial revocando los derechos de la firma colombiana por falta de uso.

La reacción fue un tsunami digital. Más de 200 marcas, en un gesto de solidaridad corporativa sin precedentes, se sumaron a la causa. Nombres como KFC, Presto, y Buffalo Wings –competidores directos– dejaron de lado la rivalidad para ofrecer su «a-pollo». Gigantes de otros sectores como Avianca, entidades financieras, celebridades del calibre de J Balvin e incluso equipos de fútbol se unieron al coro. La estrategia fue un compendio de manual de marketing viral: memes creativos, el juego de palabras #A-polloFrisby que se convirtió en un fenómeno lingüístico instantáneo, y un masivo cross-posting en cuentas corporativas con millones de seguidores. La narrativa dominante fue la defensa de un ícono nacional contra una percibida usurpación, todo ello aderezado con una buena dosis de humor.

El resultado fue una explosión digital. Se estima que la campaña alcanzó a «millones de colombianos», generando «cientos de miles de interacciones en pocas horas». El valor mediático de este alcance orgánico fue calculado por expertos en «miles de millones de pesos». #ApoyoFrisby dominó Instagram, TikTok y LinkedIn. Su pico de viralidad, aunque más corto en duración (principalmente entre el 12 y el 16 de mayo, con un clímax el día 14), fue de una intensidad arrolladora. El sentimiento predominante fue un fervoroso patriotismo de marca, aunque no faltaron voces que señalaron un posible «news-jacking» o aprovechamiento oportunista por parte de algunas empresas. El dividendo para Frisby fue una inmensa capitalización de su reputación y un reposicionamiento de marca logrado sin invertir un solo peso en publicidad directa, mientras la batalla legal en Europa continuaba su curso. Adicionalmente, el caso encendió un necesario debate sobre la protección de la propiedad intelectual de las marcas colombianas en el extranjero.

Claudia López "Almorzamos en Frisby porque el mejor #A-pollo es comer pollo Frisby."
Claudia López «Almorzamos en Frisby porque el mejor #A-pollo es comer pollo Frisby.»

 

El Espejo Incómodo: Cuando el Algoritmo Prefiere el Pollo

 

La comparación de estas dos campañas, nacidas de circunstancias tan disímiles, nos enfrenta a una reflexión crítica sobre la economía de la atención en la era digital. ¿Por qué la causa de Frisby, centrada en un litigio comercial, logró una resonancia digital tan masiva y veloz, aparentemente eclipsando el clamor por la liberación de Lyam?

La respuesta yace, en parte, en la propia arquitectura de la viralidad. La campaña #ApoyoFrisby contenía todos los ingredientes para un éxito digital: una marca querida y nostálgica, un «antagonista» fácilmente identificable (la empresa española), el ingenio del juego de palabras que invitaba a la participación lúdica, contenido altamente compartible (memes, mensajes cortos y contundentes) y, crucialmente, el «efecto cascada» provocado por la participación de cientos de marcas e influencers con enormes bases de seguidores. Era una narrativa, en términos digitales, «positiva», entretenida y que apelaba a un orgullo colectivo fácilmente movilizable.

La campaña #LiberenALyan, por el contrario, se construyó sobre el dolor y la urgencia de una tragedia humana. Su contenido –la imagen de un niño secuestrado, el rostro angustiado de sus padres, las noticias sobre una búsqueda infructuosa– exige una forma de empatía y compromiso más profunda, más sombría, y a menudo, más difícil de «compartir» con la misma ligereza que un chiste o un meme solidario. No se presta al juego, sino a la reflexión grave.

Ma. Fernanda Ardila (@mafeardilalopez) / X
Ma. Fernanda Ardila (@mafeardilalopez) / X

Mientras #ApoyoFrisby se benefició de una estructura de marca preexistente y de la maquinaria promocional de grandes empresas, #LiberenALyan dependió de la viralización orgánica, del esfuerzo individual y de la cobertura de medios tradicionales e instituciones humanitarias. Es la diferencia entre un tsunami provocado por múltiples y poderosos motores y una marea creciente impulsada por la fuerza más dispersa pero persistente de la conciencia ciudadana.

Es fundamental destacar, como lo hace el análisis comparativo de las campañas, que si bien #ApoyoFrisby barrió en términos de alcance bruto y velocidad, la influencia política y la capacidad de generar cambios concretos (la liberación de Lyam, la presión sobre grupos armados, la revisión de estrategias de seguridad) se inclinan decididamente hacia la campaña humanitaria. El impacto real, el que transforma realidades más allá de las métricas digitales, parece responder a dinámicas distintas.

La Indignación Selectiva y el Deber de la Mirada

Este episodio no pretende restar mérito a la genuina solidaridad expresada hacia Frisby, ni mucho menos comparar la gravedad intrínseca de ambas situaciones –la vida de un niño está, por supuesto, en una dimensión moral incomparablemente superior a cualquier disputa comercial–. Pero sí nos obliga a mirarnos en el espejo de nuestras propias dinámicas digitales.

La facilidad con la que una narrativa de marca, hábilmente impulsada, puede dominar la conversación nacional, incluso frente a una crisis humanitaria de primer orden, es un síntoma de los tiempos. Revela cómo el humor, la identidad de marca y las estrategias de marketing pueden, en ocasiones, generar un eco más inmediato y ensordecedor que el grito silencioso de la angustia.

Quizás la lección más profunda de este mayo de dos clamores es la necesidad de cultivar una «indignación consciente», una que, sin dejar de celebrar y defender los símbolos que nos unen, sepa priorizar y mantener el foco en las urgencias que verdaderamente definen nuestra humanidad. El «a-pollo» más grande, el más ruidoso, el más viral, debe ser siempre, y sin dudarlo, para aquellos cuya voz es más frágil y cuyo sufrimiento es más hondo. Porque mientras una marca lucha por su nombre en tribunales lejanos, un niño y su familia luchan por el derecho fundamental a estar juntos y en paz. Y esa es la historia que, por encima de cualquier otra, merece no ser eclipsada jamás.