POR X:@rafaelpicon_

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En el 2025 seguimos atrapados en una estructura territorial que ya no responde a la realidad de la ciudad que habitamos. Bucaramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta son, en la práctica, una sola ciudad. Pero en el papel siguen actuando como cuatro municipios distintos, con cuatro alcaldes, múltiples concejos, contralorías, oficinas duplicadas como las direcciones de tránsito, y problemas compartidos que nadie resuelve del todo.

 

La figura del Área Metropolitana de Bucaramanga (AMB) nació para integrar, pero hoy es tan solo una entidad decorativa. No hay visión unificada de territorio, y los grandes problemas de la ciudad-región se siguen abordando con soluciones fragmentadas o improvisadas. Lo demuestra el reciente anuncio del pico y placa para placas foráneas: una medida posiblemente inconstitucional, nacida de la desesperación y sin concertación regional. Otro parche más que refleja la incapacidad de los alcaldes de sentarse a planear juntos.

Mientras tanto, el AMB puede estar dirigido por una persona técnicamente capacitada, pero limitada por el diseño institucional: por más expertos que nombren, el director solo puede ejecutar lo que le ordena su verdadero jefe, el alcalde de Bucaramanga. Esa subordinación política convierte al AMB en un instrumento de poder unilateral. Los otros tres mandatarios no tienen margen de maniobra: no deciden, no inciden, no influyen. Solo les queda pelear por lo único que les dejan: cuotas burocráticas. Así, lo que debería ser un organismo técnico para coordinar la región, se ha vuelto una mini bolsa de empleo metropolitana.

 

 

El caso de Metrolínea es la herida abierta que mejor demuestra este fracaso. El sistema de transporte nació con la promesa de articular a toda el área metropolitana, pero Bucaramanga terminó cargando sola con el peso de un proyecto que nunca logró articular con los demás municipios. Y eso, a pesar de que buena parte de quienes viven en Girón, Piedecuesta o Floridablanca se desplazan a diario a Bucaramanga por trabajo, educación o servicios. La falta de compromiso regional dejó al sistema sin respaldo político ni financiero. Hoy el sistema está colapsado, pagando gerentes tras gerentes que no gerencian ni un bus, con rutas desconectadas y una ciudadanía a merced del mototaxismo y el transporte pirata. Lo que debería ser un proyecto metropolitano terminó como un problema abandonado.

 

 

En lugar de seguir fingiendo que podemos gobernar esta ciudad a pedazos, es hora de hablar en serio de un Distrito Metropolitano. Un modelo que nos permita tener una sola autoridad, un solo plan de desarrollo, una sola visión de ciudad. Menos política de puestos, más planificación con sentido.

¿Eso qué implica? Sí: menos concejos, menos camionetas, menos contralorías, menos alcaldes, menos oficinas duplicadas. Menos estructura para repartir, más capacidad para ejecutar.

¿Y a quién le molesta eso? A los mismos de siempre: quienes han hecho carrera política administrando feudos, los que necesitan mantener estructuras infladas para sostener clientelas, los que temen perder poder si se racionaliza el gasto público.

Pero la ciudadanía no puede seguir siendo rehén de ese juego. Un Distrito Metropolitano no es solo una figura legal: es una apuesta por la coherencia, la eficiencia y la transparencia. Es la forma de enfrentar con seriedad los retos de una ciudad que ya es metropolitana, aunque algunos se nieguen a gobernarla como tal.

No es un capricho, es una urgencia.
Porque gobernar en serio implica incomodar estructuras viejas.
Porque ya es hora de menos burocracia y más ciudad.
Política sin anestesia.

 


Rafael Picón Sarmiento.