Por Alejandro Reyes (@AReyesAnalisis) 

El Capitolio Nacional se convirtió hoy, una vez más, en un intrincado tablero de ajedrez.

Las piezas, senadores de la República y un Presidente que observa desde la distancia, movieron con una astucia que envidiaría el mismísimo Kasparov. En el centro de la disputa, la reforma laboral y una consulta popular que prometía darle voz al ciudadano de a pie. Pero al final de la jornada, entre acusaciones de «fraude» y celebraciones de «victoria democrática», la sensación que queda flotando en el ambiente es la de una nueva partida jugada a espaldas del pueblo, ese eterno espectador que, como sentenciara con laconismo el gran Solón Becerra, parece que «al pueblo nunca le toca».

Senado de la República de Colombia - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

La jornada del 14 de mayo de 2025 estaba marcada en el calendario como un día crucial. El Gobierno de Gustavo Petro, tras ver su reforma laboral emblemática bloqueada en la Comisión Séptima del Senado en marzo, había apostado por un órdago: una consulta popular con 12 preguntas diseñadas para «revivir» los puntos clave de su propuesta y, de paso, medir su fuerza en las urnas. «Que el pueblo decida sus derechos», clamaban desde el oficialismo, evocando la soberanía popular como antídoto al cabildeo y los que consideraban «traidores» en el Congreso.

Pero la oposición, lejos de ser un peón dócil, preparó su propia estrategia, una que algunos analistas han calificado como una verdadera «Trampa de la India», esa apertura ajedrecística que sacrifica piezas menores para obtener una ventaja posicional decisiva. La senadora Paloma Valencia, del Centro Democrático, propuso una alteración aparentemente inofensiva al orden del día: votar primero una apelación para «revivir» la reforma laboral en el Congreso y, solo después, la consulta popular. La moción, aprobada, fue el primer movimiento de una jugada maestra que dejó al Gobierno y a sus aliados en una encrucijada.

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Porque, ¿Cómo negarse a revivir la propia reforma? Hacerlo sería un suicidio político. Así, con una mayoría sorprendente de 68 votos a favor y solo 3 en contra, la reforma laboral fue resucitada en el pleno del Senado. Un triunfo pírrico para el Gobierno, quizás, o una genialidad accidental forzada por el adversario. El presidente Petro, desde China, observaba cómo su proyecto volvía al ruedo legislativo, aunque ahora con un cronómetro en contra: tiene hasta el 20 de junio para ser aprobado o se hundirá definitivamente.

Acto seguido, con la reforma «viva» y coleando en los pasillos del Congreso, llegó el turno de la consulta popular. Y aquí, la «Trampa de la India» se cerró. La oposición, con el argumento de que la consulta ya era «innecesaria» y «costosa» al existir una vía legislativa abierta, procedió a hundirla. El tablero electrónico marcó 49 votos por el ‘No’ y 47 por el ‘Sí’. La consulta, ese supuesto vehículo de la voluntad popular, descarrilaba estrepitosamente.

 

Aprobada apelación al archivo de reforma laboral en Senado

 

La doble moral, o la estrategia pura y dura, quedó expuesta en toda su crudeza. Senadores que minutos antes votaban por darle una nueva oportunidad a la reforma laboral en el Congreso, ahora le negaban al pueblo la posibilidad de pronunciarse sobre esos mismos temas. Un «enroque» defensivo y ofensivo a la vez: la oposición evitaba el desgaste de una campaña por el ‘No’ en un referendo que, aunque de umbral difícil, podía movilizar a las bases petristas, y al mismo tiempo, retomaba el control del texto y el calendario de la reforma, ahora en una Comisión Cuarta, de mayoría conservadora y radical, donde pueden «podarla, recortarla o simplemente dilatarla».

Mientras unos celebraban el «triunfo de la democracia y la sensatez», como proclamó la senadora María Fernanda Cabal, y otros denunciaban un «fraude» orquestado con el cierre apresurado de la votación y la controvertida interpretación del voto del senador Edgar Díaz, el pueblo, ese que supuestamente iba a decidir, quedaba atrapado en el fuego cruzado de la politiquería. Las acusaciones de «trampa» y «juego sucio» del ministro Armando Benedetti y del propio Presidente solo añadían más confusión al ya enrevesado panorama.

 

Y ahora, ¿qué?

La reforma laboral, resucitada pero en cuidados intensivos, enfrenta una carrera contra el tiempo en un Congreso que ya demostró su capacidad para bloquearla. Un debate «exprés», como lo llaman algunos, donde cada artículo será una batalla. ¿Fue realmente un triunfo del Gobierno que la oposición «reviviera» la reforma? La prensa especializada coincide en que es más una jugada táctica opositora para quitarle oxígeno a la consulta y asumir el «peso de la laboral». Si la hunden de nuevo, tendrán que explicar por qué.

 

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Pero en este ajedrez de alta política, donde se habla de tácticas, de costos políticos, de control de agenda, ¿Dónde queda el ciudadano? El trabajador que esperaba una mejora en sus condiciones, el desempleado que anhela una oportunidad, el joven que mira con escepticismo las promesas de cambio. Todos ellos, simples espectadores de una partida que se juega con sus nombres, pero sin su participación real.

Al final del día, cuando las luces del Capitolio se apagan y los estrategas guardan sus piezas, resuena con una amarga actualidad la frase lacónica de Solón Becerra: «Al pueblo nunca le toca». No importa quién cante victoria en el ajedrez del poder, si el Gobierno que logró revivir su reforma a regañadientes del contrario, o la oposición que frenó la consulta y ahora tiene el sartén por el mango en el trámite legislativo. La sensación que perdura es la de un pueblo utilizado como excusa, como coartada, pero rara vez como protagonista. Y así, la partida continúa, mientras la Colombia real sigue esperando su turno, ese que, como bien nos enseñó Becerra, parece destinado a no llegar jamás.